Hace unos años leí una noticia: un niño alemán conductor de karts coge el coche de sus padres y lo conduce por la autopista a 140 km/h. Le encuentran de madrugada, niño y coche en perfecto estado. Había aparcado el coche en el andén y había colocado correctamente el triángulo de emergencia. Cuando la policía le pregunta por qué había hecho eso, el niño contesta: «solo quería conducir un poco». Durante el confinamiento de 2020, yo misma me obsesioné con huir. Hacía años que no conducía porque me aterraba, pero esa primavera fantaseaba con ir a 120 por hora en la noche, cantando a grito pelado cualquier canción, llorando, riendo, yendo a ningún sitio en concreto. Cuando pudimos salir, lo primero que hice fue coger el coche de mis padres. Poco a poco, me atreví a ir por la carretera. Conduje rápida, las ventanillas bajadas, la música atronadora y la voz quemada de gritar.

Me veía reflejada en el niño alemán, en el deseo de velocidad, de estar lejos, perdida en una noche que podría ser la nada. Hablé con Salvador S. Molina, co guionista del proyecto, y comenzamos a imaginar, a hacernos preguntas y a hablar de nuestras propias experiencias de infancia, de nuestras abuelas, nuestros primos y nuestros duelos. Así nace Manu conduce de noche. La noche es espacio de evasión y de ensoñación, por ello la película tiene alguna pincelada cercana a lo mágico o surrealista. También es lugar para la confrontación, lo cual nos acerca a unos personajes con conflictos realistas y diálogos naturales.s.

Este largometraje explora la pérdida desde distintos ángulos si ningún tipo de pretensión analítica, sino desde los personajes y su emoción. Saber manejar un vehículo es saber que en cualquier momento puedes irte si no estás a gusto. Manuela lo hace. Conducir es salir de sí misma, la velocidad la atraviesa purgándolo todo y no importa nada más. Isa y María también conducen sin llegar a conducir: toman sus propios caminos hacia una evasión deliberada. Esa noche, todos son niños perdidos.