La historia de amor de mis padres es como una película vieja de los estudios MOSFILM. Empieza en un tren entre Moscú y Minsk. Dos jóvenes enamorados en la ilusión de un país con nieve. Los recuerdos de su juventud, entre los 18 y los 25 años, tienen como locación la ciudad de Minsk, Bielorrusia, en ese momento una de las repúblicas de la URSS. Fueron a estudiar la carrera de filosofía en los años 1980 al 1985 como parte de un convenio entre ambos países para formar especialistas cubanos en las repúblicas soviéticas. Se calcula que entre 100.000 y 300.000 jóvenes cubanos recibieron becas universitarias y cursos de capacitación profesional en la URSS.

Siempre me ha llamado la atención cómo mis padres entendían un país -que no era un país- tan lejano al nuestro. Y cómo nos enseñaron a añorar el alma de ese país que ya no conoceremos.

Una película contada por nuestra generación sobre la generación de nuestros padres, es un deber de cara a la esperanza. Y ¿cómo suena entonces la esperanza?, ¿cómo transmitir lo agridulce de un viaje hacia el pasado, que le habla a nuestros futuros? ¿cuál es el hilo común entre mis padres y yo? Quiero preguntarme por estos temas: los relatos íntimos como reflejos de lo que somos en un tiempo como país, los conflictos generacionales y la memoria que se construye en ellos, el tiempo en la imagen cinematográfica. Escuchar la guerra que se desarrolla lejos y que los reta a desmontar el pasado.

Como hija, quiero tener la posibilidad de visitar –al menos en este dispositivo del viaje documental– el país de los recuerdos de mis padres. Como cineasta cubana, quiero descubrir los sentidos políticos de mi generación desde la reescritura del pasado y la memoria, desde un viaje al presente que nos conmueve.