Sólo los muertos se quedan es un largometraje de ficción co-escrito junto a Eva Saiz, que narra la historia de un luto en diferido. Un duelo en forma de road movie fallida. Un viaje de costumbrismo enrarecido, de ciencia ficción cotidiana, en donde no hay monstruos, pero sí fantasmas.

Esta película transcurre en los márgenes de otra historia, una historia eludida, explorando el acto de matar el tiempo como una trinchera frente al miedo. Un aburrimiento productivo en donde la no gestión es una forma de gestión en sí misma, poniendo el foco de atención sobre esos tiempos muertos en los que, frecuentemente, nuestra vida cambia para siempre.

Una odisea torpe y ordinaria en donde no hay conversaciones explicativas sobre algo que ya ha sucedido. Pueden acompañarlas, pero no esperen que les expliquen un drama que ya fue. No quieran saber sobre algo de lo que ellas no quieren hablar. Acepten que el dolor nos impide hablar de las cosas. Hagan el viaje con ellas, en este paréntesis en el que, ahora, solo queda esperar… Perder el tiempo o perderse en el tiempo.

Sólo los muertos se quedan nace desde la voluntad de construir un relato que pertenezca a aquellos personajes que no están llamados a protagonizar películas, a los figurantes de estas historias. Aquellos que, con sus huidas del hogar, concedieron la posibilidad del suicidio en un contexto en donde aún no estaba aprobada la ley de la eutanasia.

Pero no busquen dogmas. Nuestra historia huye de ellos al igual que nuestras protagonistas huyen de casa.

Nuestra principal intención a la hora de abordar este proyecto es la de enfrentarnos a él desde la paradoja, abrazando la idea de que un abandono puede ser entendido como el mayor acto de amor. La soledad como un ejercicio de permisividad para quitarse la vida. Una reflexión acerca de la importancia del otro, aun cuando está ausente. Siendo en esta ausencia, quizás, cuando más presentes estamos para el otro.